Juan Carlos Rodríguez: "Si estuviéramos seguros de nuestro yo no escribiríamos"

Juan Carlos Rodríguez es Catedrático de Literatura de la Universidad de Granada. Ha publicado libros como 'Teoría e Historia de la producción ideológica' o 'El escritor que compró su propio libro', obra en la que se propone una nueva lectura del Quijote y con la que ha obtenido el primer premio Josep Janés de ensayo. Este último libro está publicado en la editorial Debate.

- ¿Se ha leído en España correctamente el Quijote?

Sí. De una manera coyuntural o generacional desde la mitad del siglo XIX hasta ahora. Lógicamente dentro de unos planteamientos teóricos determinados. Por ejemplo, el Américo Castro de 1925 no es el mismo de los años 50. Pero su primer libro sobre Cervantes es un hito. Mi lectura parte de otros planteamientos teóricos y además capítulo a capítulo. Me gustaría haber podido discutir todo esto con Vázquez Montalbán que fue el presidente del Jurado que me dio el premio, pero ya es imposible.

Lo que sucede es que la historia del Quijote es tortuosa. Por ejemplo, al Quijote apenas nadie le hizo caso en el siglo XVII. Uno de los pocos amigos de Cervantes, un tal Márquez Torres, cuenta que unos caballeros franceses le visitaron y le preguntaron por Cervantes. Márquez contestó que se trataba de un "pobre viejo pobre" y los franceses le replicaron diciendo que se trataba de un gran escritor, pero sólo mencionaron La Galatea y las Novelas ejemplares. Y esto se explica: hay que tener en cuenta que el Quijote es una mezcla de vidas, de la novela picaresca y la de caballerías. Pero la vida había desaparecido de la literatura en la resacralización barroca, para dar paso a la muerte. La vida no se recuperaría hasta la llegada de la burguesía industrial emergente en Inglaterra.

A finales del siglo XVIII la Real Academia, casi recién fundada y un poco avergonzada, hace una edición del Quijote. Pero aquel siglo está lleno de antiquijotistas tanto en España como en Francia. Hasta la mitad del siglo XIX no se le hace caso al libro.

- Afirma que Cervantes es el primer autor mercantilista.

- Fue el primer autor profesional. Cuando llega a Valladolid, donde se encuentra toda la Corte, no tiene oficio ni beneficio, está casi recién salido de la cárcel y no sabe qué hacer, con una familia sólo de mujeres. En aquel momento tan difícil le vende a Robles, un librero, el manuscrito del Quijote. Cervantes está solo, no tiene apoyos nobles, tampoco de la iglesia. Se trata por tanto de un escritor profesional que escribe para vender, para poder comer. Cervantes trata de acercarse al público. Aunque es imposible escribir como se habla trata de que le entienda todo el mundo, se preocupa por el público. En este momento Cervantes se plantea si puede interesar contar sólo una vida. Por eso Don Quijote desaparece de la última parte y el libro se llena de otras novelas. En el segundo libro Cervantes se arrepentirá de eso y nos contará una vida -o dos, también la de Sancho- en largo y hasta la muerte. Ese es el comienzo de toda la narrativa moderna.

- ¿Y el caballero Don Quijote?

- En la primera parte tiene dudas sobre si es sólo "caballero en aprobación". En el segundo libro ya no porque sabe que está puesto en la escritura y existía un respeto grandísimo por lo escrito. En especial para Don Quijote todo lo escrito era verdad. En la segunda parte sólo le falta que Dulcinea también lo sea, que se haga real. Cuando al final del libro oye a unos niños decir "No la has de ver en todos los días de tu vida", se da cuenta de que no sólo le han derrotado en Barcelona sino de que nunca va a encontrar a Dulcinea.

El Quijote es un libro que está escrito para reír pero resulta triste. Lo más importante es que Cervantes inventa a una persona que elige su propia libertad. Cervantes tiene tanto respeto por Don Quijote que si te fijas nunca es derrotado, siempre es derrotado el caballo, pobre Rocinante.

- Fue discípulo de Althusser. ¿Qué fue lo mejor que le dio?

- Él y su mujer leyeron mi primer libro y me adoptaron casi como a un hijo. Me fui a trabajar con él a París. Me enseñó toda la filosofía que sé pero lo más importante que aprendí de él fue a leer. Althusser era una inteligencia única, pertenecía a una generación que había ganado una guerra y había derrotado a los nazis. Creían que podrían hacer la revolución. Un día le convencí para que viniera a Granada y dio una conferencia a la que asistieron cerca de 5.000 personas. Todo esto lo he contado en mi libro 'Althusser: Blow-Up', pero haciendo hincapié en las cuestiones teóricas de su pensamiento.

- Sus alumnos también le acusan de que les ha enseñado a leer.

- Es que estas cuestiones se transmiten. Cuando uno tiene pasión por la literatura y hay buenos alumnos se convierte en algo contagioso. José Carlos Rosales y Justo Navarro fueron unos de mis primeros discípulos. Yo me llevé una sorpresa cuando supe que eran dos rockeros. Además tenían muy mala leche porque iban por la mañana y por la tarde a clase y cuando repetía un chiste lo decían: "eso ya se lo hemos oído por la mañana". Luego me los encontré en la célula Gramsci. La mayoría de los miembros de mi departamento han sido alumnos míos, y creo que nos llevamos muy bien.

- Tuvo un papel importante en la otra sentimentalidad.

- Es verdad. La hicimos entre todos. El grupo creo que se acabó disolviendo pronto, hacia el 85 como mucho, cada uno fue por su lado, aunque Álvaro Salvador opina que duró más como fórmula poética. Yo puse mi parte. Todos estábamos influenciados por el ambiente. La poesía se escribe con las contradicciones de la vida. La literatura no asume las contradicciones.

- ¿Qué opina de la vuelta al irracionalismo de las poéticas actuales?

- Es lógico que cada cierto tiempo se creen distintas atmósferas poéticas, aunque insisto en que la poesía se escribe para decir yo. Si estuviéramos seguros de nuestro yo no escribiríamos. La única poesía que no me gusta es la que se considera "edénica o virginal", la que se cree palabra sin manchar. La palabra está manchada desde Adán y Eva. Por eso existe como palabra histórica, porque está desterrada del Paraíso como dijo Alberti.

- Se ha publicado algún libro suyo en Estados Unidos. ¿Qué aceptación ha tenido?

- Por el público no sé, en la universidad muy bien. Es lógico porque es un libro muy profesional. 'Teoría e Historia...' parte de la escritura de mi tesis doctoral. Lo que hoy parece una cuestión normal, como nombrar a Umberto Eco o Roland Barthes o a Kant y Hegel en una tesis literaria, en aquella época era algo que en España estaba fuera de los límites establecidos. Yo comprendí que aquella tesis no la iba a entender nadie. Después publiqué algunas partes en diversos libros y me encerré de nuevo para escribir sobre algo concreto, sobre la poesía de siglo XVI, que es lo que hago en Teoría e historia... También en Italia me han traducido con interés, por ejemplo el texto sobre Brecht o las partes más teóricas de 'Dichos y escritos'.

- ¿Hay espacio hoy para las grandes teorías?

- Un espacio inmenso. Mira el capitalismo. Los libros de teoría que se publican hoy dicen todos casi lo mismo. Lo del pensamiento único es verdad. Hay espacio para los grandes relatos del capitalismo, lo que no hay es espacio para los relatos de izquierdas. El gran triunfo del capitalismo es el que se produce a través de la palabra libertad. Lo he explicado en otros libros míos, sobre todo en 'De qué hablamos cuando hablamos de literatura', que salió en Comares el año pasado. Es uno de mis libros favoritos porque es muy explícito.

- ¿A que retos se enfrenta la izquierda del siglo XXI?

- La izquierda tiene que plantearse la libertad para todo menos para explotar. Tú le quitas al capitalismo la libertad de explotar y se convierte en nada. Para que exista el capital, para que abran los bancos todas las mañanas, el dinero tiene que salir de nuestros bolsillos. Incluso la libertad de explotar empieza desde que te dan el propio nombre. Siempre me he preguntado para qué querrá el Estado saber cómo se llaman tu padre y tu madre. Es asombroso. La realidad es que desde que naces la familia y el Estado están unidos para configurarte. Lo privado y lo público están unidos para construirte el yo. Desde que te dan el nombre o eres propietario de los medios de producción o no lo eres. O explotado o explotador. Hay que plantearse cuestiones como que los sindicatos hayan perdido toda su fuerza, el ecologismo, el feminismo... Hace 20 años algo como el desastre del Prestige habría sido un escándalo con consecuencias reales y hoy no ha pasado nada.

- ¿Y la enseñanza?

- No puede permitirse que la vida pública, que es de todos, se convierta en una empresa privada. Están destrozando la enseñanza pública y es algo que vamos a pagar muy caro. Una vez, en mi clase de Cervantes, donde suele haber bastantes alumnos, no sólo nadie sabía que "Yo me la llevé al río creyendo que era mozuela..." era de Federico García Lorca, sino que incluso a algunos el nombre de Lorca sólo les sonaba. No se puede pretender que la enseñanza pública se autofinancie y genere beneficios.

(Fuente: "Juan Carlos Rodríguez: "El gran triunfo del capitalismo es el que se produce a través de la palabra libertad"", Fernando Valverde, paseodelostristes.com, recogido en kaosenlared.net y paginadigital.com.ar, 01/04/04)

Lo que aprendí con Juan Carlos Rodríguez

Aprendí muchas cosas con Juan Carlos Rodríguez: con, pero también de, desde, para, por, según sobre, tras... Aprendí a no hablar de los textos sin conocer los textos. Aprendí a conocer los textos sin perder de vista los prejuicios que cada texto trae. Aprendí que los textos nunca vienen solos. Aprendí que una novela es algo más que una novela. Aprendí a leer sin partitura. Aprendí a confiar en la tradición y a desconfiar de las tradiciones. ¿O era al revés? ¿A desconfiar de las tradiciones y confiar en la tradición? Aprendí que en las disyuntivas entre A y B siempre hay otro camino. Aprendí a mirar el envés de las cosas. A saber que también existe lo que nunca se ve. Que lo que ahora existe no ha existido siempre. Que lo que no ha existido siempre tiene una larga historia. Que toda la historia de la literatura puede estar escondida en un poema. Y que para conocer todo eso hay que improvisar, que se puede (o se debe) improvisar: sus clases eran una improvisación, solos de clarinete o de piano, solos de quien conoce bien la pieza que ejecuta, y se aparta del tema para volver a él, que regresa y se va, desordena las notas y las une de nuevo en otra melodía, y la melodía se esfuma o vuelve para volver a irse, ir y venir, de poema en poema, una línea que se cruza con otras, las líneas que desvelan orígenes o afanes, aquellas que serían (o que son todavía) una línea de fuga. Con Juan Carlos Rodríguez aprendí a disentir. Y a pensar mis poemas (demasiado tal vez) antes de publicarlos o escribirlos. He aquí uno de ellos, ahora dedicado a mi profesor preferido:

'El sendero se borra"

Los senderos no son como decían:
a veces se interrumpen, o se borran,
para seguir después en otro sitio
que los mapas no traen.
Los senderos no son lo que pensábamos
ayer, de madrugada, junto al fuego.
No hay señales que digan dónde vamos,
la orientación se ha vuelto laboriosa
y hay noches que dormimos no sabiendo
la fecha o el error, las coordenadas,
a dónde iremos luego si amanece.
Nos dijeron que el camino era fácil,
nadie dijo que el sendero se borra,
que hay que seguir andando aunque nos pese,
que el cansancio será nuestra costumbre.

(De "Y el aire de los mapas", 2014)

(Texto que se publicó en "La literatura no ha existido siempre. Para Juan Carlos Rodríguez", Granada, Universidad de Granada, 2015)

Fuente: "Línea de fuga con Juan Carlos Rodríguez", José Carlos Rosales, Granada Hoy, 25 de octubre de 2016, pág. 43